Wednesday, August 10, 2016

La espada

Érase una vez una niña que vivía con su familia en una cabaña de troncos en el campo.  Su padre cuidaba cabras y ovejas mientras su madre se ocupaba de la producción de queso y tela.  Los niños, una vez que alcanzaron la edad, tenían que ayudar cuidar de la casa.  La niña, que era la meas pequeña, tenía que barrer el suelo todos los días, su hermana cocinaba, y sus dos hermanos arreglaron ventanas, traían agua, y cortaban la leña.  También tenían que ayudar al padre con los animales algunos días.  A veces la niña iba a la pradera frente el Bosque Negro para recoger flores.  Algunas olían bien y otras solo tenían bonitos colores.

Un día la niña estaba en ello de las flores cuando vio algo extraño en la hierba.  Brillaba un poco y parecía de metal.  Se acercó para cogerlo y vio que era una espada.  Afortunadamente, la niña no vivía en una época o un país muy revuelto; lo único que sabía de espadas y guerreros venía de los cuentos de su madre.  Su padre siempre sonreía y agitaba la cabeza mientras ella hablaba y cuando terminó él decía, "Mujer, qué cosas dices."  No creía nada de lo que contaba su esposa, pero ahora la niña tenía la prueba de que los cuentos de su madre eran verdad.  Cogió la espada y la llevó a casa.

Cuando sus hermanos la vieron arrastrando un trozo de metal se echaron a reír.  El hermano mayor le quitó la espada y lo alzó al aire gritando, "Mirad!  Soy el rey!"  La niña se enfadó y le gritó, "No te murles de mí!  Es lo que contó mamá anoche!  El cuento del príncipe y la espada encantada!"  Al oir esto, sus hermanos reían aún más.  "Pero chiquitina," dijo su hermana, "son cuentos y nada más.  No me digas que también crees en hadas y fantasmas."  La niña arrancó la espada de las manos de su hermano y huyó llorando para esconderse detrás del refugio de las ovejas.  Unos minutos después apareció el hermano mayor.  Se sentó a su lado y dijo, "No llores, pequeña, solo estábamos bromeando contigo.  Escucha, ya he terminado con mi trabajo por hoy, ya que no es la temporada de esquilar todavía.  Voy a limpiar esa espada vieja.  Podemos colgarla en la pared y será una decoración interesante en casa.  Da algo de autenticidad a los cuentos de mamá."  Al oir esto, la niña se secó las lágrimas y sonrió, muy contenta de que su hermano entendiera, al menos un poco, que era importante tener la espada.

Esa tarde, la espada estaba ya colgada en la chinemea y la familia escuchaba a la madre una vez más después de cenar.  Estaba contando la historia del rey-héroe y la batalla que salvó su reino una vez por todas de sus grandes enemigos, y llegó a la lucha entre los líderes de los dos bandos.  Contó como sus espadas chocaron con clamores y chispas, y toda la familia escuchó un sonido como un trueno con un relámpago que cruzó la casa.  la espada brilló debilmente y vibraba también.  Todos quedaron boquiabiertos y paralizados con asombro.  Finalmente, tosió el padre y dijo, "Vaya, parece que va a haber tormenta.  Voy a comprobar que las ovejas están bien.  Hijo, ven conmigo.  Mi amor (dirigiéndose a su mujer), no crees que es hora de que los demás niños se acuesten?"  La madre asintió con su cabeza y suavemente empujó a sus hijos en dirección del dormitorio.  Dentro de un rato volvió el hermano mayor.   El menor preguntó por la tormenta y le contestó en un susurro, "Qué cosa más rara!  No hay tormenta, ni una nube, ni una brisa.  Es una noche estupenda con media luna casi como el sol.  Las ovejas están un poco nerviosas, pero los perros están tranquilos y no hemos escuchado aullidos de lobos ni visto huellas de osos enanos.  Papá se decía, pensando que yo no iba a escuchar, que la espada fue un regalo de un brujo o un mago, como el caballo de su tío bisabuelo, y teníamos que deshacernos de ella en cuanto pudiéramos."  Los niños se sorprensieron escuchar esto.  No sabían nada de ese caballo encantado o maldito y su padre siempre se había reído de los cuentos de magia.  Les costó dormirse esa noche.

Cuando se despertaron, todos corrieron hasta el cuarto principal donde tenían la chimenea - y la espada.  Seguía allí ante sus ojos anciosos.  Su madre los vio y dijo, "Qué bien que habéis levantado solos esta mañana.  A ver si seguimos así," mientras ponía el desayuno en la mesa.  El padre ya había salido con el rebaño.  Los chicos comieron rapidamente y salieron para ver si él quería que lo ayudaran o si había alguna cosa que construir o arreglar en la casa o en el refugio de las ovejas.  Las mujeres de la familia podían relajarse un poco y desayunar tranquilamente.  La hermana mayor y la madre hablaban del festival del mes siguiente.  Iba a ser una de las ayudantes de la 'emperatriz" y tenía que arreglar su vestido bueno y encontrar unos adornos.  La niña preguntó si quería unas flores de la pradera, y su hermana contestó, "Si el festival fuera más pronto me servirían, pero para cuando nos vistamos de doncellas divinas, las flores que habrá serán muy sombrías de color."  Podríamos secar algunas ahora," sugerió la niña.  "No," dijo la madre, "Las flores secas no tienen olor y además, crujen al moverse.  Tengo algunas tiras de tela que serán mejores adornos."  La niña, terminado el desayuno, fue a por la escoba.  Se sintió ofendida de que hubieran rechazado su oferta de flores, aunque en el fondo, sabía que su madre y su hermano tanían razón.  La hermana empezó a fregar los platos y la madre iba a empezar a batir la leche de oveja ordeñada esa mañana para un lote fresco de queso.

La niña gritó cuando abrió la puerta.  Sus hermanos estaban allí fuera con caras de susto.  Detrás estaba una pequeña banda de bandidos con cuchillos y dagas en las manos.  El líder sonreía y entró en la casa.  "Hola, preciosas," dijo, "Qué guapas estáis."  La niña corrió hacia su hermana y las dos se abrazaron de terror.  Los ladrones entraron detrás de su líder riéndose entre ellos, cuando de repente se callaron.  La niña vio que asombro y miedo llenaron sus rostros.  Dio la vuelta.  Allí estaba un caballero de los antuguos con la espada de la pared entre las manos.  Su piel era muy blanca, sus ojos y barba grises con el acero, y su túnica oscura como una nube de tormenta.  Todo su cuerpo menos la cara estaba cubierto con una cota de malla.  Avanzó sobre los ladrones.  Ellos eran cuatro y el líder quedó de frente mientras los otros tres se movieron para acorralarlo por los dos lados y por detrás.  Atacaron a la vez.  Las dagas del líder chocaron con la espada, emitiendo un chorro de chispas, pero los cuchillos de los otros tres pasaron por el cuerpo fantasmal y se acuchillaron unos a otros, todos falleciendo casi en el acto.  El líder vio a sus hombres muertos por las armas de sus compañeros, miró al caballero que quedó quieto con la espada alzada.  Y el líder de los ladrones huyó.  Casi tiró al padre al suelo cuando cruzó el umbral; el padre había enviado a sus hijos a buscar unas herramientas al cobertizo y cuando no volvieron en seguida fue a buscarlos para recriminarlos.  Se sorprendió al cruzerse con un hombre sucio, que parecía huir de su casa aterrorizado.  Se sorprendió más al ver a tres ladrones muertos en medio del cuarto principal.  Cuando el padre entró en la casa, el caballero se cuadró sujetando el puño de la espada con una mano sobre la otra, y con la punta de la hoja en el suelo.  Empezó, lentamente, a desaparecerse.  Finalmente desapareció del todo y la espada cayó al suelo con un fuerte ruido metálico.  La familia miraba boquiabierta.

Una semana después estaba todo como antes y la vida transurría con normalidad.  La espada había sido devuelta a su sitio encima del hogar.  Los cuerpos de los ladrones yacían bajo tierra justo en la frontera con el Bosque Negro.  La madre seguía contando cuentos a sus hijos.  El padre se reía como siempre al final, y dijo entonces, "Querida, espero que no les llenes las cabezas con tonterías."  En ese instante, la espada sonó, y parecía vibrar en su sitio y brillar débilmente.  El padre la miró, tosió, y dijo, "Claro, no todo se puede llamar tonterías."  Y el resto de la familia soltó unas risas alegres.

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